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Mi hijo y la novia que no tengo

Cuando mi hijo soltó el tenedor sobre el plato, su seria mirada contrastaba con los espaguetis que aún colgaban de su boca. Lo observé un segundo, mientras intentaba captar el significado detrás de las palabras que estaban por salir de su ser. Algo estaba dando vueltas en su cabeza, pensé. ¿Quería cuestionar su pasta favorita? No, lo descarté inmediatamente, porque la ama. Apenas si quedaba algún rastro de ella en su plato. De hecho, cada vez que se queda conmigo, la pasta con salsa de tomate fresco, atún y mantequilla, es su primer requerimiento indispensable.

Nada tenía que ver con sus espaguetis favoritos. Era una de esas preguntas que venían de la nada, pero que al mismo tiempo parecían estar cargadas de algo profundo, algo que no sabías si responder directamente o darle vuelta para que él lo entendiera a su manera. Max nunca antes, al menos conmigo, había mostrado interés en el tema de las novias o los novios. Quizá, alguna vez, mencionó que quería ser novio de Naty, una compañerita del cole, pero nada más. Hasta donde yo sabía, su mundo giraba en torno a los Pokemon, Superwings y los planes para conquistar YouTube con su futuro canal de vídeos que estamos preparando. Pero ahí estaba, con esa mirada inquisitiva que solo un niño de seis años puede perfeccionar.

—Papi, ¿tú tienes novia? —preguntó, como quien lanza un dardo directo al centro de un blanco que no sabía que existía.

Por un instante, me quedé quieto, con la servilleta en la mano. Max había soltado la pregunta sin preámbulos, con la misma naturalidad con la que me había preguntado antes por qué la luna y el sol nunca están juntos o por qué hay gente que habla idiomas que no se entienden. No era una pregunta común, no de las que uno espera cuando se está cenando en paz, especialmente cuando el tema de las relaciones y las separaciones familiares es algo que de alguna manera se torna incómodo.

Él tiene seis años, así que yo no tenía muy claro cómo abordar estos temas con la complejidad que los adultos, o incluso yo, como padre, los entendemos. Desde hace más de cuatro años, Max vive conmigo una semana y la siguiente está con su mamá, mi exmujer, quien desde hace algún tiempo ha rehecho su vida y seguramente eso había sido el elemento disparador de su interrogante.

Aunque todo era normal para él, al parecer el no verme en pareja lo desconcertaba más de lo que yo quería aceptar. Lo percibía en los pequeños detalles, las preguntas que venían sin previo aviso, como esa.

—No, hijo, no tengo novia —respondí con tranquilidad, como si la respuesta fuera una de esas simples que se dan en la mesa sin mucha reflexión. Pero al instante me di cuenta de que la simplicidad de la respuesta no ayudaba a aliviar la complejidad de la pregunta.

Max continuó comiendo, sin mostrar demasiada preocupación, como si hubiera quedado conforme con la respuesta. Pero no era tan sencillo. Su expresión se volvió más seria, pensativa. No podía leerlo completamente, pero parecía estar procesando algo que él no entendía del todo.

—Pero antes tú eras el novio de mamá, ¿verdad? —dijo, como si estuviera resolviendo un rompecabezas.

El nudo en mi garganta apareció sin previo aviso. Pensé en cómo traducir una relación fallida al idioma simple de un niño de seis años, sin notas amargas ni dramatismos. Traté de ser honesto, pero de una manera que no desbordara la simplicidad de su mundo.

—Sí, Max. Antes yo era el novio de tu mamá —lo miré un momento, viendo si sus ojos reflejaban alguna chispa de comprensión o sorpresa.

Estaba claro que la respuesta no era suficiente para él. Y yo, como siempre, me encontraba atrapado entre dar una respuesta sencilla y protegerlo de la complejidad que no podía comprender aún.

Max frunció el ceño. Su cabeza giró lentamente mientras intentaba hacer coincidir las piezas del rompecabezas de su mente. La confusión en su rostro era palpable, pero también lo era su deseo de entender.

—Entonces… ¿por qué ya no son novios? Los novios no pueden separarse.

La sinceridad de su observación me tocó. Con su lógica tan pura y su perspectiva tan fresca, me di cuenta de lo profundamente sencillo que es para los niños comprender el mundo a través de los principios más básicos. Y en su mente, los novios no se separan, porque así lo había visto en los cuentos, en las películas, en la vida de otras personas. De alguna manera, había creado un mundo en el que las relaciones duraban para siempre, como las historias de sus dibujos animados favoritos, donde todo se resolvía con un final feliz.

Sonreí, pero no por un chiste. Lo hice porque veía en su pregunta un eco de algo que siempre quise creer: que las relaciones, los lazos, deberían ser para siempre. Aunque las circunstancias me decían lo contrario, a veces quería creer que el amor podía ser tan simple como lo veía él.

—No deberían, hijo. Pero a veces pasa. Igual que cuando estás armando un Lego y de repente se cae una pieza porque no encaja bien —argumenté, en mi intento por hacer que la metáfora fuese lo más simple y visual posible.

Mi respuesta era un reflejo de lo que yo también sentía: algo que no había encajado, una pieza que ya no iba en su lugar. Max me miró con atención, probablemente sin entender del todo la comparación. Pero no era necesario que lo hiciera. A veces, los niños logran captar las ideas más rápido que los adultos, sin el exceso de explicaciones. Lo que estaba claro es que, en ese momento, había logrado hacer la conexión con algo que era tan visible para él como sus juguetes, y sin saberlo, había iniciado un diálogo que marcaría nuestra relación de una forma sencilla pero significativa.

—¿Y ahora qué haces con esa pieza? —me preguntó.

Fue una pregunta tan directa que sentí que me desarmaba. No podía simplemente decirle que había decidido seguir adelante, como si de alguna manera esa parte de mí ya no importara. Las piezas caídas siempre se pueden recuperar, siempre se pueden reutilizar, se me ocurrió en ese momento. Pero no sabía cómo explicarlo de forma que él pudiera entenderlo sin ponerle más peso del que debía.

—Bueno, a veces la guardas, otras veces la usas para construir algo nuevo —resolví.

Esas palabras sonaron más tranquilas de lo que me sentía, pero creí que en ese momento no había nada más que decir. Max asintió, como si ya supiera la respuesta, pero ahora había algo más en su cara, una pequeña mirada pensativa, que me dijo que no había terminado con las preguntas. Hubo un silencio que no fue incómodo, sino más bien lleno de significados no dichos. Mientras tanto, él continuaba comiendo, como si todo fuera tan sencillo como decidir qué hacer con los pedazos de un juguete roto. A veces me sorprendía cómo podía abordar la vida con esa tranquilidad.

De repente, como si la respuesta que le di hubiera sido suficiente para abrir otro espacio en su mente, Max me miró con una expresión seria.

—Papi, ¿y por qué no tienes una novia?

El cambio en su pregunta fue tan abrupto que no pude evitar reírme. Era tan Max. Al principio pensé que no había escuchado bien, pero ahí estaba, con su rostro serio y sus ojos brillando de una manera que solo él sabe hacer. Me reí por un par de segundos, completamente desconcertado por la simpleza y la seriedad de su planteamiento. Pero al final, la respuesta que salió de mi boca fue la más honesta de todas.

—La verdad, no lo sé, quizá ahora estoy muy bien sin novia —le respondí sin mayores explicaciones.

—¿Y no te da miedo dormir solito cuando yo no estoy? —replicó inocentemente.

Me sentí extraño por un momento. Aunque inocente, su apreciación tenía mucha lógica, pero ya era momento de cambiar de tema y no entrar en mayores detalles. No iba a buscar las palabras más adecuadas para explicarle las razones por las cuales estoy solo. Entonces, le corté la inspiración con otra pregunta.

—A veces me da miedo sí, claro, pero me sé cuidar solo, recuerda. Por cierto, ¿quienes más jugo?

Mientras le rellenaba su vaso, me quedé pensando en ese pequeño intercambio que, en realidad, no era más que una conversación entre un padre y su hijo. Pensé, también, que la vida no tiene que ser tan complicada. A veces las piezas caen y luego, sin querer, las volvemos a colocar en su lugar. Esa noche, mientras recogía la mesa, me quedé pensando en lo que Max había dicho. Tal vez él tenía razón: los novios no deberían separarse, pero eso no significa que no pueda construir algo nuevo, incluso con las piezas caídas.

Foto: Freepik

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