Carmen estaba frente al espejo, perfeccionando el delineado de sus ojos con la precisión de una cirujana, cuando su móvil vibró sobre la mesa. Lo ignoró. Esa era su hora de prepararse, y ya tenía suficiente estrés por intentar que ambos ojos quedaran simétricos. Sin embargo, el teléfono volvió a vibrar insistentemente. Dos veces. Luego tres.
Finalmente, bufó, dejó el delineador a un lado y agarró el móvil, creyendo que se trataba de algún mensaje en el grupo de WhatsApp de sus amigas, con quienes se encontraría un rato más tarde, pero, en lugar de eso, la pantalla le mostró un texto que la hizo fruncir el ceño: “Hazme el favor de ser infeliz. No seas tan feliz sin mí, porque me molesta”.
Carmen leyó el mensaje una vez. Parpadeó. Lo leyó otra vez. Y luego una tercera, solo para asegurarse de que no había una coma perdida que lo hiciera más coherente. No la había. Luis, su exnovio de hacía un año, el mismo que la había dejado porque necesitaba espacio para encontrarse a sí mismo, estaba molesto porque ella estaba… feliz.
Primero, el desconcierto. Luego, la incredulidad. Y finalmente, la risa. No una carcajada, sino esa risita contenida, sarcástica, que nace de la pura absurdez de la vida. ¡Era ridículo! ¿Cómo podía alguien tener el ego tan inflado como para pensar que tenía derecho a opinar sobre su felicidad? Carmen dejó el móvil sobre la mesa y se miró de nuevo en el espejo. La imagen que vio la hizo sonreír. Sí, claro, estaba feliz. Había aprendido a disfrutar su vida sin que nadie la juzgara, y eso incluía a Luis y sus inseguridades.
Sus amigas la esperaban esa noche para salir de fiesta, y aunque el mensaje de Luis le había perturbado un poco, no iba a permitir que la distrajera de su noche. Además, tenía la sensación de que, en algún momento de la noche, este mensaje se convertiría en la principal fuente de chistes entre las chicas.
Carmen llegó al bar puntual, algo raro en ella, y encontró a sus amigas sentadas en una mesa cerca de la barra. La saludaron con entusiasmo, como si no la hubieran visto en años, aunque apenas habían pasado unos días desde su último encuentro. Se acercó, se sentó y, antes de que pudiera decir una palabra, Marta la miró con los ojos entrecerrados.
—Tienes cara de acontecimiento —dijo Marta, con perspicacia.
—¿Va todo bien, amiga? —añadió Eva, levantando una ceja.
Carmen suspiró, sacó el móvil y lo puso sobre la mesa. Abrió la conversación y dejó que sus amigas leyeran por sí mismas.
Marta fue la primera en estallar en carcajadas. Eva le siguió casi al instante, y Sonia, que había estado callada, simplemente negó con la cabeza mientras tomaba un sorbo de su mojito.
—¡Es que no tiene desperdicio! —gritó Marta entre risas—. ¿Quién hace eso? “¡Oye, por favor, deja de ser feliz porque me molesta!”. ¡Qué manera más descarada de admitir que te sigue stalkeando!
—Eso me da una idea —dijo Eva, enderezándose en su silla—. ¿Qué tal si jugamos con esto? ¿Y si le haces creer que te afecta?
Carmen levantó una ceja, intrigada.
—¿Qué propones?
Eva sonrió, con esa malicia infantil que la caracterizaba cuando estaba tramando algo.
—Lo que propongo es simple. Empezamos a publicar cosas falsas. Momentos exageradamente felices, selfies con chicos que ni conoces, posts sobre lo increíble que es tu vida… todo perfectamente editado. Lo hacemos tan obvio que sea imposible que lo ignore. Y luego lo bloqueas.
Carmen se rió, divertida por la idea, pero algo dentro de ella dudaba si era necesario. ¿Qué ganaba con eso? Ya había ganado, en realidad. Su felicidad era auténtica, y sabía que no necesitaba demostrárselo a nadie, mucho menos a Luis. Pero la idea de darle una pequeña lección le resultaba tentadora. No por él, sino por ella. Era como una especie de despedida simbólica.
—Me gusta cómo piensas —dijo Carmen finalmente—, pero en lugar de ser obvio, lo haré sutil. Publicaré pequeñas cosas, lo suficiente para que se pregunte si me estoy burlando o no.
Marta la aplaudió y, con un brindis improvisado, decidieron que ese sería su proyecto de las próximas semanas. La noche continuó entre risas, copas y anécdotas absurdas sobre exnovios que, al parecer, seguían sin poder superar la idea de que ellas habían seguido adelante. Y mientras brindaban por cada historia ridícula, Carmen no podía evitar sentir que estaba cerrando un ciclo importante.
Durante los días siguientes, Carmen siguió su plan. Subía fotos sonrientes, compartía fragmentos de canciones alegres, y una que otra selfie casual. No era mucho, pero estaba calculado para que Luis lo viera y se retorciera de la incomodidad. Y lo más curioso era que, cuanto más lo hacía, menos pensaba en él. Al principio había algo de venganza en sus publicaciones, pero luego, todo se volvió un recordatorio de lo lejos que había llegado.
Un día, mientras caminaba por el parque, su móvil volvió a vibrar. Un mensaje de Luis: “Entiendo el punto. No te molesto más. Buena suerte”.
Carmen lo leyó y se detuvo un segundo. No sintió satisfacción ni alivio, solo una paz silenciosa. Lo había logrado. Él ya no era más que un eco distante en su vida. Con una sonrisa tranquila, borró la conversación y, por primera vez en mucho tiempo, se sintió completamente en control. Guardó su móvil y siguió caminando.
Al llegar a la esquina, su móvil vibró de nuevo. Un mensaje de un número desconocido: “Hola, soy Celeste, la novia de Luis. Solo quería agradecerte por ser tan feliz sin él. Créeme, me has salvado la vida. Ah, y una cosa más: cuando él dice que ya no te va a molestar… miente”.
Carmen se detuvo en seco. Miró fijamente la pantalla mientras el mensaje se procesaba en su mente. ¿Celeste? ¿Novia? ¿Otra mujer atrapada en ese lío?
El móvil vibró nuevamente.
Era Celeste, otra vez.
“Ah, por cierto, si te llega otro mensaje de él, ¿me lo podrías reenviar? Ya sabes, por si intenta hacerse el mártir otra vez. Prometo invitarte un café por las molestias”.
Carmen soltó una risa nerviosa. Esto sí que no lo había visto venir. Bloqueó el número, guardó el móvil y decidió que el café… el café mejor lo pagaba ella.
Foto: Freepik