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Imagíname en la bañera

Era un día como cualquier otro en la oficina. La monotonía de los teclados resonaba en el aire y el reloj avanzaba perezosamente. Entre las llamadas de clientes, el correteo de documentos y los eternos correos electrónicos, mi compañera Alexandra, nuestra secretaria, mantenía su característico buen humor. Con su voz siempre dulce y alegre, contestaba las llamadas que interrumpían el zumbido de la rutina.

—Oficina del departamento de ventas, buenos días, ¿en qué le puedo ayudar? —decía con una musicalidad sublime que convertía hasta las peores noticias en algo soportable.

Era envidiable. Siempre me pregunté cómo podía mantener esa alegría contagiosa en medio del caos cotidiano. Mientras yo me debatía con hojas de Excel interminables, Alexandra parecía bailar entre papeles y números, sin una pizca de estrés.

Ahora que lo pienso, observarla hacer su trabajo era inspirador y las ganas de morir que me entraban de vez en cuando desaparecían por completo cuando me quedaba detallándola durante unos pocos segundos.

Entonces, el teléfono volvió a sonar.

—Departamento de ventas, buenos días —contestó Alexandra una vez más.

Del otro lado, por pura coincidencia del destino, estaba mi mejor amigo, Henry. Habíamos tenido una conversación rápida por la mañana, y sabía que iba a llamar para hablar conmigo sobre nuestro plan para ese fin de semana. Pero lo que no esperaba era la respuesta que se le ocurriría luego de escuchar a Alexandra hacerle la clásica pregunta.

—¿En qué puedo ayudarle? —continuó mi compañera.

—Bueno, imagíname en la bañera —respondió Henry con una voz grave y sugerente, como si estuviera participando en una novela barata de los años 80.

Henry, siendo el bromista nato que era, no se lo pensó dos veces.

Alexandra, que por un segundo dudó si había oído bien, soltó una risita nerviosa.

—¿Perdón? —preguntó Alexandra, claramente incrédula.

Henry, sacando provecho de la atención que estaba recibiendo por parte de mi compañera de trabajo, insistió.

—Escuchaste bien, imagíname… en la bañera —esta vez con una voz aún más seductora.

La oficina, que hasta ese momento había estado sumida en la normalidad del día a día, pareció detenerse por completo. Alexandra, aún confundida y tratando de mantener la compostura, se volvió hacia mí, con los ojos abiertos como platos, y susurró.

—Creo que hay alguien en la línea… pidiendo que lo imagine en la bañera —dijo aguantándose una carcajada.

Me ahogué con el sorbo de café que acababa de tomar. El aire se me escapó y, entre toses, yo también traté de contener la risa. Conocía demasiado bien a Henry y sospeché que esta era otra de sus bromas absurdas.

—Pásamelo —le respondí con algo de mímica.

Mientras me pasaba la llamada, Alexandra no pudo evitar mirarme con esa mezcla de curiosidad y reproche que solo alguien como ella podía proyectar. Levanté el auricular y escuché la voz de Henry, que ya no podía contener la risa.

—¡Dime qué cara puso! —espetó Henry, antes de desmoronarse en risas del otro lado de la línea.

—Qué anormal eres, marico —le respondí, también riendo. —¿Tienes idea de lo que acabas de hacer? —le pregunté.

La verdad es que Henry le había puesto un poco de sazón a esa aburrida mañana. A pesar de la broma, el ambiente en la oficina había cambiado. Alexandra, aunque claramente sorprendida, también había empezado a relajarse y a compartir la anécdota con el resto del equipo. En cuestión de minutos, todos hablaban del misterioso hombre de la bañera.

Los días siguientes, cada vez que sonaba el teléfono, no podía evitar mirar a Alexandra y descubrir cómo sus mejillas se sonrojaban levemente. El “¿cómo puedo ayudarle?” ya no sonaba igual, y cualquier tono de respuesta poco usual le provocaba una sonrisa nerviosa.

Para mí, aquella llamada de Henry se había convertido en la broma interna perfecta y, al mismo tiempo, al detallar a Alexandra, de manera inconsciente comenzaba a imaginármela en la bañera. A decir verdad, nunca vi a Alexandra con otros ojos, pero a partir de aquello, cambió la manera en que la observaba. Ahora, lo hacía con más detalle y más a menudo. De a poco, me di cuenta de las pecas que reposaban en sus mejillas y de un gesto muy particular que hacía con su nariz de manera inconsciente cuando estaba concentrada.

Nuestra relación había sido estrictamente profesional desde hacía cinco años, cuando ella llegó como el reemplazo de Natalia, quien nos dejó tras casarse y marcharse del país con destino a Estados Unidos. Semanas más tarde, Alexandra, después de tomarse un descanso y volver con un café americano entre manos, vino hacia mí y me sorprendió.

—Andrés, ¿tú crees que alguien realmente podría imaginar a otro en una bañera… así, sin más? —me preguntó con una seriedad que me generaba confusión.

Me quedé mirándola, sorprendido, estupefacto. No estaba seguro de a dónde quería llegar, pero antes de que pudiera responder, ella rompió mi tensión con una divertidísima frase.

—Es que, desde ese día, cada vez que alguien llama, no puedo evitar imaginarle en la bañera. Es ridículo, pero no lo puedo controlar —confesó.

Ambos rompimos a reír. La idea de que esa simple broma de Henry hubiera cambiado para siempre la forma en que Alexandra recibía las llamadas telefónicas era hilarante. Desde ese momento, cada vez que el teléfono sonaba, nos mirábamos con complicidad, preguntándonos qué imagen surgiría en su mente esta vez.

Al mismo tiempo, Alexandra alimentaba cada vez más la atención que recibía de mi parte, sin siquiera sospecharlo, creo. Jornada tras jornada me percataba de lo femenina que era. Me di cuenta, un tiempo después, que era una chica cuya vida social era parecida a la mía: no salía de fiesta, no tenía muchas amistades y, lo más importante para mí, no tenía pareja.

Pero ya han pasado unos meses desde aquella primera llamada de Henry y no he sido capaz de confesarle nada a Alexandra. No sé si esto se trate de amor o si estoy enamorado, pero definitivamente ella es la chica que recibe todas mis atenciones.

Es que no tengo la suficiente valentía de hacerlo. Quizá esa es la razón por la cual se me hace cuesta arriba salir con las chicas, mientras que Henry es todo lo contrario: un tipo desparpajado, sociable, divertido, conversador y, lo más destacable, no le tiene miedo a las chicas, sin importar qué tan bellas puedan ser.

Henry, cuya nueva respuesta favorita cada vez que lo llamo es soltarme la broma de la bañera, ahora me está ayudando a cambiar muchos de mis complejos, mientras de lunes a viernes, de 8:00 de la mañana a 5:00 de la tarde, no hago otra cosa que seguir a Alexandra con mi mirada, mientras no puedo hacer otra cosa que imaginármela en la bañera.

Foto: Freepik

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