Era un día como cualquier otro en la oficina. La monotonía de los teclados resonaba en el aire y el reloj avanzaba perezosamente. Entre las llamadas de clientes, el correteo de documentos y los eternos correos electrónicos, mi compañera Alexandra, nuestra secretaria, mantenía su característico buen humor. Con su voz siempre dulce y alegre, contestaba…
