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Estoy enamorado de Melanie Dell’Olmo

No creo en el amor a primera vista, o al menos no lo creía hasta hoy, un fatídico lunes de diciembre en el aeropuerto de Barajas, en Madrid. Estaba a punto de ponerle fin a un viaje de trabajo predecible y aburrido, otro más de esos trayectos en los cuales la vida parece haberse convertido en un monótono espectáculo de eventos que se repiten una y otra vez. Pero entonces, entre la muchedumbre de maletas, anuncios de vuelos retrasados y un sinfín de viajeros vestidos de Papá Noel, la he visto.

La vi, a ella, a Melanie Dell’Olmo.

Al principio, no sabía quién era. Solo vi a una mujer que podría haber sido tallada por los mismísimos dioses griegos en un día particularmente inspirado. Cabello con algunas ondas, castaño brillante, una piel que reflejaba una mezcla perfecta de porcelana y bronce. Sus ojos café parecían tener la capacidad de atravesar almas y, al mismo tiempo, ignorar a los mortales insignificantes como yo. Un lunar que invita al pecado, estratégicamente colocado a milímetros de esos labios que… Bueno, si Miguel Ángel hubiera vivido para pintarlos, se habría jubilado después porque ya no tendría nada mejor que hacer en este mundo.

Melanie pasó frente a mí con una gracia que no se ve ni en los desfiles más exclusivos de París. Yo, que iba cargando mi mochila con los cables mal enrollados asomados por la cremallera, quedé paralizado. Mis piernas, mis manos, mi dignidad: todo me abandonó en ese instante.

Me dije que no podía dejar que ese momento se desvaneciera. Así que, armado con una determinación que no tenía desde que me propuse aprender alemán —y abandoné cinco días después— decidí seguirla. No con intenciones siniestras, claro. Era… curiosidad, supongo. La curiosidad que tiene uno cuando está seguro de haber visto a un ángel en la tierra.

Ella caminaba con confianza, como si el aeropuerto fuera una pasarela, y yo trotaba detrás como un cachorrito torpe que intenta seguir a su dueño. Vi cómo se detuvo en una tienda de perfumes. Observé, a una distancia «segura», cómo se probaba fragancias.

—Ese debe ser su olor —pensé, como si estuviera descifrando el secreto mejor guardado del universo.

Luego, se movió hacia una cafetería. ¿Café negro? ¿Capuchino? Nunca lo sabré porque, en ese preciso momento, miré mi reloj y vi que quedaban apenas 10 minutos para el embarque de mi vuelo a Canarias, donde me reencontraría con mi hijo para pasar la Nochebuena juntos.

Me debatí.

Tenía dos opciones: seguirla, perder mi vuelo y decepcionar a Max, o dejarla ir y cargar con el arrepentimiento de no disfrutar de su presencia un poco más. Opté por lo segundo, lógicamente. Es evidente, el tiempo con mi retoño es sagrado, aunque debo admitir que ahora me duele de manera desproporcionada haberme quedado con la incógnita de conocer su destino, de saber hacia dónde se dirigía, de haberme acercado a ella, de mirarla a los ojos para decirle que ella es la chica que Dios ha creado para hacerme sentir el hombre más afortunado del planeta. En fin, para confesarle que es ella la mujer con la que he soñado toda mi vida.

Regresé a Canarias como un hombre transformado. En mi mente, aquella mujer perfecta había tomado proporciones casi mitológicas. Pero entonces, hace un momento, mientras desempacaba y luchaba contra la ira descontrolada de haberle perdido la pista a aquella escultural dama, algo ocurrió: la vi en Instagram. Ahí estaba, Melanie Dell’Olmo, actriz, modelo y creadora de contenido colombiana. Había ganado Miss Teen Universe en 2019 y protagonizado producciones como Siempre fui yo (2024), Escupiré sobre sus tumbas (2024), El club de los graves (2022) o Devuélveme la vida (2024). Sentí una combinación de asombro y resignación. Ahora todo cobraba sentido. No solo era hermosa, sino también talentosa y famosa. En otras palabras, era una mujer que se encontraba en otra dimensión, que ocupaba un lugar privilegiado en un plano en el cual yo no existo; es decir, me percaté de que era una mujer que estaba completamente fuera de mi liga.

Pero al menos ya sabía quién era.

Esta cruel vida se había encargado de, en cuestión de horas, ponérmela a apenas unos metros de mí y luego mostrármela en la pantalla de mi propio teléfono móvil, con nombre, apellido y mucho más, incluyendo fotos en las cuales pude corroborar que lo que yo había visto no era parte de un espejismo.

Pero el que yo —con toda seguridad— sea invisible para ella de por vida, no frenará mi osadía de amarla en silencio, de adorarla de forma sosegada. A partir de ahora me convertiré en el mayor estudioso de Melanie Dell’Olmo que ha existido, al punto de escribir su biografía en el futuro. Su feed de Instagram será mi Biblia. Melanie publica fotos con vestidos elegantes, momentos casuales y también clips en los cuales muestra esa sonrisa que podría curar cualquier dolencia, no tengo dudas.

Comenzaré a detallar cada rasgo suyo: la curvatura de sus cejas, la forma en que sus ojos brillan bajo ciertas luces, incluso cómo sostiene una taza de café con delicadeza. Me obsesionaré con su voz también. Descubriré videos de entrevistas y escenas de sus series. Me engancharé de su acento, que acabo de escuchar, una melodía en sus palabras que me hace olvidar que tengo una pila de correos por responder.

Veré alguna de sus series.

Mentira.

Veré todas.

En serio, no voy a mentir, no me interesa conocer la trama de ninguna de ellas. Verla en acción es lo único que quiero. Deseo admirarla, imaginar que, en algún universo paralelo, podría compartir una escena con ella.

Entonces, mi otro yo comienza a preocuparse.

—¿Por qué tanta obsesión con una chica a la que con toda seguridad solamente volveré a ver por solo en la tele? —me pregunto a mí mismo, mientras le doy like a una foto en la que luce con un look diferente.

Cualquier color de cabello le queda perfecto. Cualquier outfit se le ajusta a su inmaculada belleza. ¿Cómo puedo explicar que estoy enamorado de alguien que ni siquiera sabe que yo existo? No han pasado ni veinticuatro horas de haberla encontrado en mi camino y acabo de tomar una decisión, acabo de decirme a mí mismo que debo tomar medidas drásticas. Voy a hacer uso de mi oxidada destreza como periodista para enterarme cuál es su itinerario, para conocer cuándo y dónde estará a partir de ahora. Es que no puedo conformarme con verla a través de una diminuta pantalla. Mi alma necesita estar cerca de ella, así sea a unos cuantos metros.

Buscaré cuándo estará en alguna firma de autógrafos, o cuando será el estreno de alguna de sus producciones para estar ahí, presente, en primera fila, admirándola. Compraré un billete de avión a donde tenga que ir. Si tengo que ir a Colombia y seguir su agenda hasta encontrarla, entonces tendré que hacerlo, porque esta vez no voy a dejar que el destino me haga otra broma cruel.

Desde ya estoy practicando qué voy a decirle cuando la tenga frente a mi armazón de huesos.

—Hola, Melanie, soy tu mayor admirador —pienso, pero no, eso es demasiado genérico. 

—Hola, Melanie, he visto todas tus series y creo que eres una de las mejores actrices de nuestra generación —podría ser, pero no, eso suena muy intenso y pareciera ser una frase sacada de un fan y yo, yo no soy un admirador de su trabajo, soy un amante de su ser. Soy un tipo que ha sido tocado por la perfección de mujer que es.

Bueno, tendré tiempo para decidirlo, pero algo sé con certeza: esta vez, no voy a perder la oportunidad. Porque, Melanie, aunque nunca leas esto, tengo que decirlo: no tienes en el mundo un admirador más grande que yo. Y sí, puede que suene obsesivo o patético, puede que esto pareciera una confesión de un simple mortal que ha creado en su mente una película de amor imposible, pero el amor, como el arte, no siempre tiene explicaciones lógicas, y en el museo de mi corazón, tú eres la obra maestra.

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