Valentina y Gabriel acaban de llegar y están sentados al fondo. La mesa es pequeña, casi asfixiante para dos personas que llevan semanas esquivando conversaciones incómodas. Gabriel tamborilea los dedos sobre el mantel, como si el ritmo pudiera organizar sus ideas y darle el valor que necesita para decir lo que ha venido a decir. Valentina lo observa, sabiendo perfectamente lo que está por venir. Ella no es tonta, pero a veces se hace la pendeja. Sí, porque hay cosas que muchos preferimos no ver hasta que nos golpean de frente.
—Valentina, verás, no sé cómo empezar, pero he venido aquí para ser sincero contigo —comienza Gabriel, con la voz temblorosa.
Es como si las palabras le costaran salir, como si las empujara a la fuerza, como quien arrastra una maleta llena de ropa sucia.
—Pues, o lo dices tú, o lo digo yo, porque lo único que hemos hecho en las últimas semanas es fingir que todo está bien. Pero no lo está, ¿verdad? —Valentina responde, observándolo fijamente a los ojos.
Los ojos de Valentina no muestran enojo, sino algo peor: indiferencia. Hace tiempo que dejó de importarle si Gabriel estaba o dejaba de estar. Lo que le duele no es que él quiera terminar la relación, sino lo predecible que ha sido todo desde hace unos cuantos meses.
Gabriel toma aire, porque ha llegado el momento de soltarlo.
—Creo que deberíamos dejar de vernos —golpea de forma sutil.
Valentina parpadea un par de veces. La verdad es que la relación que tenían se desgastó porque nunca fueron honestos y no tenían planes ni metas en común. Después de que Gabriel dijo lo que dijo, el mundo siguió girando, la gente seguía comiendo, las copas se volvían a llenar de bebidas y nada alrededor cambiaría. Al menos no para los demás.
—Obvio —dice finalmente, con su particular acento argentino, como quien acepta una mala noticia del dentista—. Supongo que ya era hora, ¿no? Y decime, ¿cuánto tiempo llevás viéndola?
—¿Perdón? —Gabriel se tensa.
Este chico no esperaba que Valentina lo supiera, y eso le molesta; porque si hay algo que Gabriel odia es sentirse predecible.
—Vamos, Gabriel, no soy idiota. Se llama Gema, ¿verdad? —Valentina lo dice con la tranquilidad de alguien que ya no tiene nada que perder.
Gabriel baja la mirada, incapaz de sostenerle el juego. Los dos saben la verdad, y discutirlo solo alargaría la inevitable despedida.
Un par de mesas más a la derecha, Andrés revisa por décima vez su móvil. Sigue sin recibir mensajes. Ha quedado con Flavia, una chica que conoció en una aplicación de citas, y aunque siempre es un riesgo quedar con alguien que no conoces en persona, él tenía esperanzas. Le había dicho que llegaría tarde, pero dos horas es demasiado tarde incluso para un desastre de tráfico en Madrid.
—Tranquilo, seguro llega —le dice el camarero mientras le deja el segundo whisky sobre la mesa. Frank, uno de los trabajadores más simpáticos de ese lugar, tiene esa sonrisa tranquila de quien ha visto demasiados dramas desde esa posición prácticamente invisible.
Andrés fuerza una sonrisa y asiente, aunque en su cabeza ya se repite el mismo mantra de siempre. Se pregunta por qué coño sigue haciendo esto, se reprocha el hecho de que cada vez que intenta conocer a alguien, todo sale mal. Para él, es como si las cosas que pasan a su alrededor no pudiera controlarlas.
—Gracias —responde Andrés, sin mucha convicción, antes de tomar un sorbo de aquel Chivas Regal 18 años, esperando que de alguna forma mágica, su cita llegue, o al menos, que algo interesante suceda esa noche.
Para Andrés, era la tercera vez este mes que alguien lo dejaba plantado. Él no tenía muy claro por qué seguía insistiendo. Cada vez que abría una aplicación, se convencía de que esta vez sería diferente, de que habría una posibilidad de encontrar a alguien que no lo decepcionara. Pero la verdad era más cruda. Quizás simplemente no era bueno para las citas, o quizás estaba pidiendo demasiado.
Lo que Andrés no sabe es que su camarero también está viviendo una pequeña tragedia personal esa noche. Frank lleva meses enredado con Gema, quien es nada más y nada menos que la nueva novia de Gabriel. Gema, sí, la misma que Valentina acaba de mencionar en su conversación. Lo irónico de todo esto es que Frank también estuvo esperando un mensaje de Gema, pero el que recibió hace apenas 10 minutos lo ha dejado inquieto. Gema le dijo que estaba atrasada en algo importante y que tal vez no podría verlo esa noche después de finalizada su jornada laboral. Frank sigue atendiendo las mesas con una sonrisa fingida, pero su cabeza está en otra parte.
—¿Qué demonios estará haciendo Gema? —piensa.
Todo parecía estar bajo control hasta esa noche, pero la vida de varios es un caos lleno de secretos, silencios incómodos y mentiras piadosas.
Mientras tanto, Gema está en la barra de otro bar, que está a apenas 150 metros de distancia. Ha llegado hace unos minutos y ha pedido una copa de vino. Gema sabe exactamente lo que está pasando en aquel restaurante cercano, porque Gabriel le contó su plan con un par de días de anticipación. El saber que Gabriel está cortando con Valentina le provoca una especie de placer retorcido. Lo imagina desde la distancia, disfrutando de la escena como quien ve un capítulo de una mala serie de Netflix.
Mientras Gema bebía su primer sorbo, buscó su teléfono para revisar sus notificaciones y se encontró con el nombre de Natalia. Al leerlo, una sonrisa perezosa se asomó en sus labios, pero pensó que no era el momento para marcarle.
—Así que Gema, ¿eh? —Valentina repite el nombre mientras se muerde los labios. La escena se ha vuelto incómoda, pero Valentina está disfrutando de la incomodidad que provoca en Gabriel. La manera en que se encoge cada vez que ella menciona el nombre de su otra novia es casi cómica.
—No es lo que piensas… —balbucea Gabriel, aunque sabe que cualquier respuesta es una auténtica estupidez.
Claro que es lo que ella piensa, y no hay forma de escapar de esto. La verdad está ahí, cubriendo la mesa en la que están, como una nube negra minutos antes de un diluvio.
En aquel otro lugar, Gema da otro sorbo a su copa. No tiene ningún interés en mantener su relación con Gabriel ni con Frank. En realidad, está buscando una forma de deshacerse de ambos, pero eso requiere tiempo y paciencia. Ella no se considera una mala mujer, sino que ahora solo quiere divertirse al precio que sea.
Esa noche, Gema se siente más cómoda visualizando cómo todo se desmorona desde la distancia. Lo disfruta. Ella es una chica incendiaria. No siempre lo fue, pero sus dos rupturas anteriores le hicieron cambiar tanto que ahora actúa sin importarle mucho las consecuencias de sus actos.
Gema siente que la vida ha sido injusta con ella y quiere venganza. Sus relaciones nunca han llegado a buen puerto por más empeño que ella les ha puesto. A Gema siempre la engañaron, y ahora actúa con rabia, aprovechando oportunidades, pero sin tomarlas demasiado en serio.
Andrés, mientras tanto, sigue en su mesa. Sus pensamientos giran en torno a su mala suerte con las citas, y aunque ha intentado distraerse con el móvil, la conversación de la mesa cercana lo tiene enganchado. El momento en que Valentina mencionó a Gema fue un golpe bajo, incluso para él. Hay algo de compasión involuntaria en escuchar las desgracias amorosas de otros cuando tú mismo eres un desastre en el tema.
Finalmente, Gabriel se levanta. Se marcha sin mirar atrás, dejando a Valentina sola en la mesa. Ella se queda allí, en silencio, como si estuviera esperando algo más. Quizá la primera cerveza, quizá solo un respiro. Valentina sabe que ha ganado, aunque en realidad, lo único que ha ganado es una noche sola en un restaurante lleno de desconocidos.
Andrés, incapaz de soportar más el silencio, toma una decisión impulsiva. Se levanta y camina hacia la mesa de Valentina, nervioso pero decidido. Al menos, si iba a ser plantado por su cita, podía aprovechar la noche de otra forma.
—Disculpa, no pude evitar oír… —comienza, torpemente—. ¿Estás bien?
Valentina lo mira con una mezcla de sorpresa y curiosidad.
—¿Quién es este tipo? —se pregunta a sí misma.
No tiene el aspecto de un conquistador, más bien parece un profesor de instituto con la corbata torcida y el cabello desordenado. Pero hay algo en él que le provoca simpatía. Quizá sea el hecho de que ambos han sido dejados esta noche.
—Supongo que sí —responde ella finalmente—. Solo un mal día. ¿Y tú?
—Mi cita nunca llegó —admite Andrés, encogiéndose de hombros.
Valentina suelta una pequeña risa.
—Bueno, parece que estamos igual. ¿Te importa si te acompaño? —dice ella, señalando la silla vacía. Andrés acepta la invitación con una sonrisa tímida y toma asiento en el mismo lugar que abandonó Gabriel minutos antes.
Mientras tanto, Frank limpia las mesas vacías y mira su teléfono cada tanto, esperando algún mensaje de Gema que explique su silencio. Entonces, decide ser él quien envía el mensaje. Después de salir de aquel bar, Gabriel hace lo mismo, coge su móvil y le escribe a Gema.
Gema, desde su ubicación, recibe los dos mensajes casi al mismo tiempo. Ambos textos demandan su presencia. Ambos pretenden verla. Ambos desconocen lo que ella ha estado haciendo con ellos. Ambos ignoran la presencia del otro en la vida de Gema.
Pero, cuando estaba a punto de leer esos mensajes, Gema recibió una llamada de alguien más.
Valentina le acepta un trago a Andrés, pero mientras él comienza a contarle todos sus fracasos amorosos en una sola conversación, ella siente cómo su mente se aleja. Observa sus gestos nerviosos, la manera en que juega con el vaso, y se da cuenta de que ambos están intentando llenar un vacío con la compañía del otro.
Valentina suspira internamente. Acaba de salir de una relación que no la llenaba, y aunque la idea de distraerse con alguien más parecía tentadora, entiende que quizás no es lo que necesita en este momento. Mira a Andrés y, con cierta empatía, piensa que él probablemente siente lo mismo.
Ella sonríe, algo cansada, mientras juega con el borde de su copa, decidiendo que es hora de ser honesta consigo misma. Después de unos minutos, se disculpa por pararse para ir al baño y, una vez allí, coge su móvil para enviarle un mensaje a su amiga Natalia.
—¿Estás despierta? —escribe—. Acabo de terminar con Gabriel y creo que necesito un tiempo a solas. Pero esta noche quisiera tener una buena charla, o al menos una copa decente. ¿Te animás?
Lo que ni Frank, ni Gabriel, ni siquiera Valentina saben es que Natalia está sentada en su salón, conversando por teléfono con Gema. En ese preciso momento, Natalia la invita a su casa. Su marido, un médico de familia, está de guardia toda la noche. Esa guardia nocturna ocurre cada tres semanas, y es la única oportunidad que Natalia y Gema tienen para divertirse juntas, como lo han hecho desde que eran inseparables en la universidad, hace casi dos décadas. Gema siempre estuvo enamorada de ella, pero su aventura es solo eso, debido a que Natalia está felizmente casada con Roberto.
Gema sonríe mientras cuelga la llamada. Valentina, Gabriel y Frank esperan respuestas que nunca llegarán, mientras Gema parte camino a casa de Natalia, quien la espera con la ropa de lencería color negro que recibió de su parte hace unas semanas atrás, en su cumpleaños.
Natalia siempre ha tenido a Gema como segunda opción cuando su esposo no está, porque su prioridad es Flavia, un intenso amor furtivo que duró apenas seis meses. Sin embargo, esta noche Flavia la rechazó porque quería poner fin a aquella tóxica relación, aceptando darse una oportunidad con Andrés. Con lo que no contaba Flavia era con que las palabras de Natalia fueron tan hirientes que le hicieron cambiar de humor al punto que decidió apagar su móvil y mandar todo a la mierda.
Flavia, al igual que Gema, está enamorada de Natalia, pero la diferencia es que ella no ha podido superar esa situación. Por eso, ha buscado, a toda costa, encontrar alguna distracción saliendo a bares o en aplicaciones de citas, como en la que hizo match con Andrés.
Flavia decidió acostarse a dormir, pero el sueño no llegaba. Pensaba en Andrés, en la cita a la que no se había presentado sin explicación. Andrés era un buen tipo, un respiro de la toxicidad que había dejado atrás con Natalia, pero aparentemente no estaba lista para algo nuevo, sentía que lo estaba usando como un escape, como una forma de olvidarse de la intensidad que había sido Natalia.
Gema llegó al edificio que ya conocía perfectamente. Natalia le abrió. Gema usó el ascensor para subir al cuarto piso. Natalia se miró al espejo por última vez antes de besarse con Gema. Roberto se tomaba un café minutos antes de iniciar su guardia, mientras pensaba en lo feliz que era con su mujer. Los demás se quedaron flotando en el aire con una verdad que quizá no todos admitirían en voz alta, pero en noches como esta, incluso los más testarudos terminarían aceptando: si las vainas van a ser así, es mejor quedarse soltero.
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