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La boda swinger

Nunca había imaginado que aceptaría una invitación a una boda swinger. Tampoco estaba segura de lo que en realidad significaba un evento de ese tipo. De hecho, para ser sincera, no tenía idea de que existía tal cosa hasta que recibí un mensaje por WhatsApp. El remitente era Jonás, un viejo amigo de la universidad que siempre había tenido la capacidad de hacerle frente a cualquier tipo de aventuras.

Acompañado por una linda imagen muy bien elaborada, cargada de corazones y piñas volteadas por todos lados, Jonás escribió que se casaba el próximo mes, que era una boda swinger y que no me preocupara porque iba a estar genial. También añadió que todos sus amigos estaban invitados y prometió que sería un evento inolvidable.

Inolvidable, claro.

Cuando Jonás te promete que algo será inolvidable, es mejor prepararse para cualquier cosa. En nuestra época universitaria, ya habíamos compartido historias bizarras, noches de locura y situaciones extremas. También había sido mi compañero de más de una resaca. Juntos disfrutamos de fiestas que se le iban de las manos a los organizadores y que se extendían hasta el día siguiente. 

Pero por muy desatadas que hayan sido aquellas experiencias del pasado, pensé, ¿quién carajos hace una boda swinger? Claro, cuando recibí aquel mensaje era apenas una chiquilla. Acababa de divorciarme y apenas había escuchado aquella palabra alguna vez. Estaba muy fuera de onda, pero algo me decía que esto no me lo podía perder.

El día llegó y, con más curiosidad que nervios, me planté en la dirección que me había enviado. Hice lo posible para asistir con alguna de mis amigas, pero Saraid estaba en Caracas, y no pude convencer a Milena, así que fui sola. También pensé en invitar a Roberto, pero no me atreví por un tema que no viene al caso.

El evento tenía lugar en una casa de campo a las afueras de Valladolid, en un entorno que parecía de revista: árboles bien podados, un jardín gigante con luces de colores y la brisa fresca de la tarde acariciando el ambiente.

Todo parecía normal, excepto por los carteles estratégicamente colocados que decían: “Confianza y respeto”, “Aquí todo es consensuado”, y mi favorito: “Las reglas están para romperse… pero no las nuestras”. En ese instante, el sudor de lo inesperado comenzaba a ser evidente.

Dentro de la casa, una atmósfera elegante nos rodeaba. Las copas de champán circulaban, los invitados iban y venían con risitas nerviosas y miradas cómplices. La decoración era lujosa, pero con ese toque de picardía que te hacía sentir que en cualquier momento algo estaba por desatarse.

—¡Lolita! ¡Me alegra que hayas venido! —Jonás apareció de la nada, con una enorme sonrisa y vestido con un traje blanco que contrastaba con el ambiente. Se mostraba feliz y radiante, como siempre.

—No me lo perdería por nada del mundo —le respondí, intentando ocultar mi desconcierto mientras tomaba una copa de champán de una bandeja cercana.

—Relájate, va a ser divertido. No todo el mundo viene a “participar”. Puedes observar y disfrutar —dijo Jonás, guiñándome un ojo. En ese momento me di cuenta de que probablemente había leído a la perfección mi cara de desubicada. 

Poco después, conocí a la futura esposa, Chiara. Hermosa, con una energía magnética y una risa contagiosa. Mientras se acercaba a Jonás, me saludó con una familiaridad que me hizo sentir cómoda, pese a la tensión latente que percibía a mi alrededor. Muchos, al igual que yo, no dejábamos de girar la cabeza de un lado a otro, buscando algo que no teníamos muy claro qué era.

Lo que sí estaba segura era de que estábamos en la antesala de algo que estaba por venir. Pero Chiara, muy al estilo de Jonás, también me dejó claro que no había ninguna presión.

—Hoy es una celebración de amor en todas sus formas —dijo, levantando su copa—. Y cada uno lo vive como quiere.

Conforme avanzaba la tarde, la boda en sí misma comenzó a desdibujarse en mi mente. No había el típico intercambio de anillos ni las clásicas fotos familiares. Lo que había era una especie de energía sexual que flotaba entre los asistentes. Las parejas se miraban entre sí, pero también a otras parejas, y eso se intensificaba a medida que el alcohol fluía y la música subía de volumen. Se sentía como una fiesta, pero con una carga emocional extraña, difícil de definir para la poca experiencia que tenía en ese entonces.

Notaba miradas fugaces entre algunos invitados, como si estuvieran intercambiando señales, invitaciones silenciosas que yo no lograba descifrar. Era como si hubiera un código no escrito que todos conocían, excepto yo. El ambiente era cargado, pero no incómodo, al menos no para la mayoría. Yo, por mi parte, sentía un nudo en el estómago.

—¿Te sientes cómoda? —me preguntó Rubén, otro amigo que conocí años atrás gracias a Jonás, mientras me ofrecía otra copa.

—Sí, claro… Es solo que no sé muy bien cómo funciona esto —respondí, bajando la voz como si estuviera haciendo una pregunta inapropiada.

Rubén soltó una carcajada.

—Es simple. Aquí, la única regla es la transparencia. Todo el mundo sabe lo que pasa, nadie es engañado. Y si no quieres hacer nada, no haces nada. Si solo quieres mirar, miras. Así de fácil. Por lo que veo, nunca habías venido a algo así.

—No, es la primera vez —admití, todavía sintiendo una mezcla de intriga y recelo.

La fiesta empezó a calentar motores cuando el sol se ocultó y la casa se llenó de luces bajas y música sensual. En un momento, Jonás y Chiara se acercaron para bailar, y lo hicieron de una manera que dejaba poco a la imaginación. Alrededor de ellos, otras parejas comenzaban a rozarse al ritmo de la música, con sus cuerpos aún vestidos.

Y entonces, lo vi.

Henry, el mejor amigo de Jonás, apareció entre la multitud. Tenía años sin verlo. Nos conocimos en una de las tantas escapadas universitarias, y aunque nunca llegamos a salir, había siempre una tensión entre nosotros, una especie de conexión no resuelta que me desconcertaba. Henry se acercó con la misma sonrisa pícara que siempre llevaba consigo.

—No esperaba verte aquí —me dijo, mientras sus ojos escaneaban todo mi cuerpo de arriba a abajo, de manera nada disimulada.

—Ni yo a ti —respondí, intentando sonar casual.

—¿Y qué opinas de todo esto? —me preguntó, señalando discretamente hacia un grupo de invitados que claramente habían cruzado la frontera entre lo festivo y lo íntimo.

—No sé… Es… interesante —susurré, mientras bajaba la mirada.

Henry sonrió.

—Sí, “interesante” es una palabra que lo describe bastante bien.

Nos quedamos en silencio por un momento, hasta que Henry se inclinó hacia mí, bajando la voz.

—Hay algo en el aire, ¿no lo sientes? —dijo, casi en un susurro—. Este tipo de eventos… suelen desvelar cosas que no esperamos. 

Sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Algo en su tono me puso alerta. Me quedé mirando a Henry, esperando que continuara, pero él solo me lanzó otra mirada sugerente.

Había algo en él que me encantaba, pero también algo que me inquietaba. No era consciente de lo atrevido que Henry era hasta esa noche, aunque desde que lo conocía siempre se había mostrado muy dado a las aventuras. Pero esta vez, había un filo en su actitud, como si supiera algo que yo aún no comprendía del todo.

La noche continuó, y la energía en la casa se transformó. Jonás y Chiara desaparecieron en algún momento, y la fiesta se dividió en pequeños grupos que se mezclaban en los diferentes salones de la casa. Algunos estaban como protagonistas, mientras que otros solo observaban desde la distancia. Yo no me podía creer lo que estaba presenciando.

En medio de esa mezcla de curiosidad y perplejidad, comencé a caminar por la casa, tratando de asimilar lo que veía a mi alrededor. Pasaba de todo por mi mente. Por momentos quería salir corriendo. Quise apreciar lo que ocurría, mientras trataba de entender qué coño había venido a hacer aquí.

Entonces, sentí una mano en mi hombro.

—¿Te apetece que te acompañe? —era Henry, de nuevo.

Accedí, sin saber muy bien por qué. Caminamos hacia un rincón más apartado, donde el ruido de la fiesta se desvanecía.

—Hay algo que quiero contarte —dijo Henry, con un tono más serio de lo que esperaba—. Chiara… ella y yo, pues, hay una historia entre ella y yo que me gustaría que supieras.

Me quedé congelada. Sentí cómo mi corazón comenzaba a latir más rápido.

—Henry, ¿estás diciendo que…?

—Sí —me interrumpió—. Chiara y yo tuvimos algo muy intenso antes de que ella conociera a Jonás. Nos reencontramos hace unos meses cuando Jonás me la presentó como su novia, y… bueno, las cosas han sido más especiales de lo que esperaba.

Me quedé en silencio, procesando lo que acababa de escuchar. La boda, la fiesta, este mundo, todo comenzaba a tener un sentido perturbador.

—Entonces, ¿qué haces aquí? —le pregunté, sin saber si quería escuchar la respuesta.

Henry me miró fijamente, su sonrisa reapareció.

Sabía que venía un latigazo. Me sentía inquieta. Henry hizo una pausa, que para mí fue eterna. Estaba buscando las palabras correctas, pensé. Me miraba con una mezcla de calma y decisión. Sabía que lo siguiente que iba a decir cambiaría mi percepción de todo lo que había visto esa noche.

—Chiara está en este ambiente gracias a mí —confesó Henry, sin perder la calma—. ¿Te acuerdas de esa exnovia de la que te hablé hace años?

Hice un esfuerzo por recordar.

—¿Lucía? —susurré.

Henry asintió lentamente.

—Lucía es su segundo nombre. Y sí, fuimos pareja. Tuvimos una relación abierta durante tres años.

Me dio frío. Quedé petrificada. Pero antes de que pudiera procesar lo que Henry me había dicho, una figura emergió entre las sombras. Era Chiara, con una sonrisa en los labios.

—No te lo tomes a mal, pero todo lo que viste hoy… fue planeado para ti —dijo con una voz suave y casi musical.

Me quedé en blanco.

—¿Qué? —logré articular.

—Jonás, Henry y yo —continuó Chiara, avanzando hacia mí—. Sabíamos que vendrías. Sabíamos que, tarde o temprano, tenías que enfrentarte a tus propios deseos.

Todo comenzó a darme vueltas. ¿Qué significaba todo esto?

—Queremos que te unas a nosotros —dijo Henry, rompiendo el silencio con una calma perturbadora—. Esta noche, aquí, con nosotros. No como una espectadora.

Todo cobró sentido en ese instante. Las miradas, las sonrisas, las señales. Yo no había sido una invitada accidental. Había sido el centro de todo desde el principio. Mis rodillas se debilitaron mientras Chiara extendía su mano hacia mí, ofreciéndome algo que no estaba segura de querer.

—No tienes que decidir ahora —dijo Chiara, con esa risa pícara que tanto me había fascinado antes.

Pero en sus ojos había algo más.

Algo oscuro, algo que me decía que, en realidad, no había vuelta atrás.

Foto: Freepik

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